Cómo empecé a hacer retratos a profesionales
Disfruto fotografiar personas creativas y quiero trabajar en eso
¡Hola!
Vuelvo con un nuevo post.
Para quienes me leen por primera vez, soy Claudio Olivares Medina, vivo en Chile. En Quiltro, mi “boletín Substack”, escribo sobre la vida urbana y la fotografía como herramienta de observación.
Esta semana describo cómo me atreví a ofrecer mi trabajo como fotógrafo de retratos y el proceso que implicó.
Gracias por leer.
Disfruto hacer retratos. Me ayuda a salir de los pensamientos propios, conocer otras voces y perspectivas de la vida.
Esporádicamente retrato a desconocidos en la calle. Me acerco a personas que llaman mi atención y pregunto si les puedo hacer un retrato —una vez dominadas mis inseguridades, claro. La mayoría de las veces acceden, y mientras conversamos sobre algún oficio, la historia de un peinado o la bicicleta en la que se están moviendo, voy haciendo las fotos que, una vez procesadas, se las hago llegar.
También he hecho retratos por encargo cuando me ha tocado diseñar sitios web o apoyar las comunicaciones de algún evento. En el breve espacio de interacción con cada una de las personas, trabajadores en salud, educación, academia y ONGs, he aprendido cómo trabajar la luz e interactuar con las diferentes personalidades y disposición a ser fotografiados, mientras busco el mejor lado fotográfico de los rostros.
Hasta ahora mi labor fotográfica ha sido una actividad auto convocada y voluntaria. Hace unos meses decidí recorrer un camino nuevo y ofrecer mis servicios, a raíz de mi experiencia como diseñador.
Descubrir la necesidad
He diseñado suficientes piezas gráficas para la comunicación y difusión de eventos técnicos y académicos, para darme cuenta que son pocas las personas que cuentan con retratos o fotos de perfil adecuados. No espero imágenes idealizadas que vendan una fantasía –las cosas ya están lo suficientemente extrañas en el mundo como para seguir ese camino. Con “retrato adecuado” me refiero a presentar una representación sobria de la persona, en coherencia con su personalidad y actividad.
Cuando se les pide la foto para ponerlos en flyers, pendones o sitios web, las personas quedan en un aprieto: “¿Qué foto buena tengo para mandar?”. Las imagino buscando rápidamente en sus archivos, incluyendo fotos de perfil de hace más de 4 años, selfies o fotos familiares de las últimas vacaciones. Debido a estas últimas he estado en más de una ocasión re encuadrando la imagen para excluir a los demás que los acompañan. El problema con estas imágenes es que no son visualmente atractivas ni claras y tampoco comunican sobre la persona y su quehacer profesional; no ayudan a lograr un diseño visual ordenado y coherente de las piezas gráficas; su calidad técnica es deficiente y de baja resolución y la imagen se convierte en un elemento que menoscaba a la persona cuando comparte espacio con las imágenes de los colegas que sí mandaron una buena foto.
Definir y ofrecer el servicio
No fue fácil. Primero tuve que vencer el síndrome del impostor, el sentirse incompetente, sin conocimiento y credenciales para llevar a cabo una determinada actividad. Pero el que me guste hacer retratos es razón suficiente para hacerlo, por un lado. Por el otro, están las personas a quienes llamará la atención mi trabajo y a los que les pasará inadvertido. Como sea, no puedo ser yo quien juzgue. Lo primero que tengo que hacer es exponerme y contar lo que quiero hacer. Primera lección.
Luego tuve que atreverme a cobrar. Hasta ahora la fotografía había sido un hobby, por lo tanto, una actividad subvencionada y al servicio de mis otras actividades profesionales. Sí, creo que encontré una necesidad, y si mi servicio es relevante para algunas personas, los clientes van a aparecer.
Y hay que definir cuánto cobrar, ponerle precio. Jamás me enseñaron en el colegio o en la universidad cómo valorar el propio tiempo, conocimiento y habilidades. Y soy terrible en eso, aunque sí he mejorado. A los 30 años era un completo incompetente en estos aspectos y hoy cuento con la confianza y autoconocimiento para elaborar una propuesta y con la seguridad para negociar sin sentir que la cagué porque me pasé o quedé corto. No fue simple, pero logré hacer la matemática y definir un monto, calculando el tiempo requerido para traslados, la sesión misma, la edición, ajustes y envío.
Por otro lado, definir el producto implica responder a la pregunta “¿Qué quieres hacer?” (agradezco a Rodrigo Garcia R. por ponerme en el aprieto de contestarla). Después de mucho darle vueltas, la primera y más simple de las ideas era la correcta. Quiero hacer retratos, hacer que las personas se sientan felices con su imagen, pasarlo bien en el proceso y generar ingresos.
Me di muchas vueltas para terminar con una descripción simple y directa. Luego de varios borradores identifiqué los 3 elementos clave de mi propuesta:
Quiero retratar gente creativa: artesanos, artistas, académicos, escritores.
Serán retratos naturales, sin idealizaciones. Me gusta trabajar con luz natural y las condiciones que ofrece el contexto. Esas restricciones hacen que el resultado sea incierto, comparado con el control que ofrece trabajar con luz artificial en un estudio, y quiero trabajar en ese perímetro.
Quiero registrar la naturalidad de las personas, superar “la pose”, que las personas vean la foto sientan “oh, no me había visto nunca así y esa de ahí soy yo.
El último ítem es difícil de garantizar, pero allá apunto, es lo que quiero lograr.
Monté todo en Notion, una app para tomar notas y que tiene una función para publicar las notas como página web. No hubo fricción entre redactar una descripción decente y publicarla, lo que eliminó mi ansiedad de “publicar un buen sitio web”.
Publiqué también en Instagram, –pero en el privado porque aún hay inseguridad– para probar el mensaje entre amigos y familiares. Funcionó perfecto para lograr los primeros tres clientes en menos de un mes. Más de lo que esperaba.
Qué aprendí en este proceso
Aprendí que la distancia entre la idea y tener un trabajo soñado, en mi caso conversar y retratar personas, es más grande en nuestra mente que en la realidad. Eso sí, tener el trabajo soñado no es hacerse millonario dedicando el 100% del tiempo a una cosa, si no hacer lo que nos gusta y recibir retribución por ello.
Bajar la idea a texto es necesario, aunque cueste. Definir, redactar y comunicar de manera simple y precisa un servicio ayuda a aclarar la mente y perder el miedo.
Toca lanzarse al agua helada. Salir de la zona cómoda. Mejor aprender de lo que funciona y no funciona en el mundo material que perder el tiempo perdido en el “caldo de cabeza” sin hacer nada.
La dinámica de la sesión de fotos varía de persona en persona. No existe una fórmula infalible, cada una tiene energías diferentes, por lo tanto siempre hay un factor de incertidumbre. ¿Nos llevaremos bien?
Hay que navegar la incertidumbre.
Y confirmé que el trabajo de hacer un retrato no es resultado de la experiencia y el conocimiento del “ fotógrafo “, sino que se logra por el trabajo conjunto entre fotógrafo y la persona retratada. Claro, es el fotógrafo quién opera la cámara, analiza y trabaja la luz, la composición y decide en qué momento presionar el botón. Sin embargo, la dinámica de comunicación e interacción entre el fotógrafo y la persona que está siendo retratada es importante, a mayor conexión, mejores resultados. La persona que va a ser retratada debe sentirse tranquila, cómoda, no observada ni evaluada. Así creo que se logra un retrato honesto, natural, sin poses o gestos forzados, que sea liviano y que comunique naturalidad y cercanía.
Espero que esta nota, donde comparto un proceso personal, te resulte útil y anime a empezar lo que quieras hacer. Ya sea en la fotografía, dibujo, escritura o lo que te motive.
Conoce más de mi trabajo en:
Mi sitio web quiltro.cl
Mi cuenta de Instagram donde publico los retratos
Y si te interesa que hagamos un retrato juntos, conoce el proceso y agenda tu sesión